Atreverse a debatir ideas en medio de la barahúnda fue considerado como un acto pasado de moda.
La escena le pasó a un familiar, pero pudo haberle ocurrido a cualquiera: una persona que conduce su carro por una avenida tiene la osadía de poner las luces direccionales para avisar que va a cambiarse de carril; inmediatamente, en una fracción de segundo, el conductor que viene atrás le cierra el paso y casi estrellándolo le grita con sorna: ¡saca la mano que eso aquí no se usa!
Algo así pasó en esta campaña electoral, que entre otras cosas será recordada porque atreverse a debatir ideas en medio de la barahúnda fue considerado como un acto pasado de moda.
Con el objeto de recuperar la conversación sobre pobreza después de elecciones, quiero aportar algunos dilemas que podría enfrentar el presidente que gane.
Arranco por decir que cualquier política de reducción de la pobreza combina dos canales: el canal directo, que se refiere a las transferencias, y el canal indirecto, que utiliza como vehículo el crecimiento del ingreso. Algunos dilemas de cada canal podrían ser:
El canal directo: en programas de reducción de la pobreza el presidente tendrá que focalizar y aquí tiene dos retos monumentales: primero, continuar con la transición del Sisbén III al Sisbén IV; lo cual implicará, inexorablemente, asumir el costo político de los que pierden su cupo en los programas para poder obtener las ganancias sociales de incluir a los pobres no cubiertos. Segundo: rediseñar o sustituir la estratificación socioeconómica, cuyos errores de eficiencia han sido documentados; esto lo tendrá que hacer en contra de la clase media, que presionará por no perder su subsidio en servicios públicos domiciliarios.
En cuanto a las transferencias monetarias, el nuevo presidente tendrá que ponderar entre construir sobre lo construido o arriesgarse a montar otra cosa. Por lo pronto, recibe una estrategia que hoy aporta 1,8 millones de pobres menos por año y lo que proponga debería ser mejor que eso.
El canal indirecto: el presidente recibirá una economía con un crecimiento proyectado para 2022 de 6,5%, pero para que sus ganancias se traduzcan en una reducción de la pobreza, tendrá que lidiar con la inflación y la desigualdad.
Aquí enfrentará dos dilemas: el primero es arriesgarse a desperdiciar las ganancias del crecimiento implementando una política proteccionista que termine por elevar los precios de los alimentos, o aplazar esa promesa por ahora (que ambos tienen en sus programas).
Y el segundo, desde su posición de gobernante, nadando entre restricciones fiscales y operativas, el nuevo presidente posiblemente recibirá un golpe de realismo que le mostrará que mover los grandes números de la pobreza es una tarea que podrá hacer menos por mano propia y más con la ayuda de la turbina del crecimiento; y que por más promesas populistas que haya hecho, debería preocuparse mejor por tender puentes entre el tejido productivo, los mercados y los más pobres y vulnerables.
Roberto Angulo
Socio fundador de Inclusión SAS
rangulo@inclusionsas.com