La tarea del DNP consiste en timonear un aterrizaje forzoso del discurso de campaña de un presidente que, por el hecho mismo de haber ganado debe traer consigo una buena dosis de ficción, candidez y rapsodia electorera.
Trabajé en cuatro planes nacionales de desarrollo y en todos, desde el primero -en el que me tocó hacer los comunicados de prensa-, hasta el último -en el que fui uno de los coordinadores-, en todos sin excepción, experimenté el mismo sentimiento que es al tiempo una sentencia para todo el equipo del Departamento Nacional de Planeación: la de ser el aguafiestas de un gobierno que aún se cree a pie juntillas sus promesas de campaña.
Y es que la tarea consiste literalmente en timonear un aterrizaje forzoso del discurso de campaña de un presidente que, por el hecho mismo de haber ganado, debe traer consigo una buena dosis de ficción, candidez y rapsodia electorera.
Aterrizar significa para el DNP someter las promesas de campaña, una por una, al test de la restricción presupuestal, de la verificación de los órdenes de magnitud con base en las cifras duras, de la restricción técnica y operativa; y al mismo tiempo conservar la esencia del gobierno que representa, atender el ímpetu reformista y el apetito de renovación.
La empresa es agridulce: agria porque es un aterrizaje forzoso de un equipo de gobierno que aún planea en la ensoñación del triunfo, y dulce porque, si logra aterrizar, es señal de que está dando un paso -aunque ciertamente no el último ni el definitivo- en la misión de convertir las ideas en acción.
Esta capacidad de ser un aguafiestas con sistematicidad es lo que hace al DNP un actor necesario en el equipo del gobierno.
Diría incluso que el día en que el DNP no genere tensiones en el consejo de ministros, es porque no está haciendo bien su trabajo.
El DNP, además, tiene la facultad de transversalizar las políticas públicas y de pensarlas en el largo plazo, añadiendo nuevas perspectivas que no son propias del pensamiento de silos sectoriales de los ministerios o de la miopía de fundar el mundo cada cuatro años.
Donde haya una política pública intersectorial o una que involucre la planeación del largo plazo, ahí debería estar el DNP como antídoto contra el ombliguismo y el cortoplacismo. Episodios recientes como el de las inconsistencias en las cifras del Ministerio de Salud sobre las deudas de las EPS y las de suficiencia energética del Ministerio de Minas y Energía, por citar dos ejemplos, refuerzan la idea de que el DNP debería ser el líder técnico, al lado y al mismo nivel de los ministerios, de las reformas de gran calado que se avecinan, como son las de salud, laboral, pensiones y la hoja de ruta de la transición energética.
Jorge Iván González, actual director del DNP, a quien sus amigos conocemos como ‘el sabio’ (apodo que tiene desde el colegio), escribió alguna vez “el modelo económico, en tanto construcción imaginaria, es un instrumento para conversar con orden y rigurosidad”.
Que sea pues el DNP ese aguafiestas necesario que ordene y le imprima rigor a la conversación.
ROBERTO ANGULO
SOCIO FUNDADOR DE INCLUSIÓN SAS.
Rangulo@Inclusionsas.com