Este esconde una ironía, pues si antes nos faltaba conexión emocional con el apetito de cambio social, hoy nadamos en un mar de emociones paralizante.
Muchos dijimos en campaña que Petro era el único candidato que había conectado emocionalmente con las demandas de cambio social de Colombia. En una columna que escribí después de las consultas señalé el hecho de que Petro ganara mayoritariamente en los municipios más pobres. Petro, con su eficacia narrativa, le vendió el tiquete de cambio a la población excluida de Colombia con un relato del estilo “El pueblo soy yo”.
Al Petro candidato se le veía entonces cómodo en la plaza pública hilvanando a sus anchas, y sin restricciones de tiempo, un relato más emocional que analítico, en esencia populista y, valga decirlo, eficaz y cohesionador.
El tinte populista en el sentido de la definición de Enrique Krauze: aquel que abusa de la palabra, el que se exalta a sí mismo como hombre providencial, el de las promesas sin restricción presupuestal o el buscador incansable de chivos expiatorios. Fue una suerte de relato tipo Beowulf pero en el siglo XXI, el poema épico anglosajón acerca del héroe que, empuñando su espada, libera al pueblo de los ogros y dragones que lo asedian. Digo también que el relato fue cohesionador porque en su primer gabinete logró juntar a un grupo diverso de ministros, varios de ellos de talante liberal, que sucumbieron como niños al hechizo de su narrativa. Y el que haya sido efectivo me imagino que no necesita explicación.
Pero el ocaso del relato de Petro llegó muy temprano. Identifico por ahora tres razones:
1) La práctica que exige gobernar, más que la narración aspiracional, requiere explicaciones más que relatos.
2) La búsqueda de chivos expiatorios a los problemas de la gente, cuando se tiene el deber solucionarlos, se agota dejando una estela de frustración.
3) La sustitución de la plaza pública por el uso excesivo de la red social X hirió de muerte el ímpetu de su discurso.
Esta última no es meramente formal, de hecho, diría que es definitiva ¿Qué pasa cuando el hombre providencial, es decir aquel que cree que puede mejorar el mundo por mano propia, nos desnuda su alma a través de trinos? Pasa que vemos lo que hemos visto estos días: la desintegración en vivo y en directo del relato del gobernante en un mar de emociones caóticas y fugaces.
El filósofo Byung-Chul Han dice en su último libro que la explicación juega en contra de la narración. Y así es, Petro fue un narrador eficaz en campaña, pero, tan pronto le llegó la hora de dar explicaciones, perdió. También dice el filósofo surcoreano que las redes sociales, como Twitter (hoy X), trituran la narración al someterla a la fragmentación y a la fugacidad de la información insustancial.
El auge y el ocaso del relato de Petro esconde una ironía, pues si antes nos faltaba conexión emocional con el apetito de cambio social, hoy nadamos en un mar de emociones paralizante.
ROBERTO ANGULO
Socio fundador de Inclusión SAS
rangulo@icnlusionsas.com