Perfil del progresista inmovilista

Autor:

Roberto Angulo

Socio Fundador Inclusión SAS

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Los parecidos entre la derecha y la izquierda que, en sus versiones extremas, terminan por sitiar a la población en lugar de liberarla.

La izquierda y la derecha unidas, jamás serán vencidas”, dice el pasacalle que intitula y enmarca a una multitud de manifestantes cuya silueta se repite copiosa desde la primera línea hasta un confín remoto. La imagen es un dibujo de la serie “Artefactos” que el poeta Nicanor Parra exhibió en 1972 durante el gobierno de Salvador Allende, en un año recordado como de gran polarización política en Chile.

La frase, como es usual en los artefactos y antipoemas de Parra, no tiene una interpretación unívoca. De este dibujo algunos han dicho con candidez que es un llamado al activismo unificador, otros, entre los que me incluyo, lo interpretamos como una ironía acerca de los parecidos entre la derecha y la izquierda que, en sus versiones extremas, terminan por sitiar a la población en lugar de cumplir la promesa de liberarla.

A una conclusión similar llegó Albert Hirschman en Retóricas de la intransigencia cuando se puso a la tarea de diseccionar la retórica argumentativa del pensamiento reaccionario en contraposición a la del progresismo: que unos y otros terminan usando las mismas herramientas retóricas para justificar su sesgo por la inacción o la acción, anulando así la posibilidad de un diálogo fértil. El artefacto de Parra y la conclusión de Hirschman se me vienen a la mente al observar a varios gobernantes actuales de la izquierda latinoamericana; algunos de ellos, también autoproclamados como progresistas, en lugar de liderar el cambio social parecen caminar a paso firme al destino trágico de ser fichas del inmovilismo, ¿Cómo puede ser esto posible? Hay muchos rasgos del progresismo que pueden conducir a esta paradoja, pero por razones de espacio enunciaré tres:

Primero, cuando se trata de un progresismo sin escepticismo, la sobrevaloración del poder del Estado para moldear los sistemas sociales puede conducir al gobernante y a su equipo a perseguir quimeras en lugar de canalizar energía, tiempo y recursos en la solución de injusticias remediables.

Segundo, cuando se trata de un progresismo soberbio, es decir del que solo considera las ideas que son de su cosecha y desprecia las de los otros, el gobernante termina confundiendo el oficio de gobernar con la defensa de tesis personales, lejos del pragmatismo que se necesita para mover la roca del cambio social.

Tercero, cuando se trata de un progresismo meramente retórico, el gobernante puede caer en trampas argumentativas idénticas a las tesis reaccionarias que él mismo dice combatir. Mientras el reaccionario pretende desestimular el cambio argumentando que cierta reforma puede conducir al desastre, el progresista retórico afirma con clarividencia de nigromante que no llevar a cabo la reforma que propone puede precipitar un cataclismo. En ambos casos opera el prejuicio como sustituto del análisis crítico de una posible secuencia de cambio.

Liderar el cambio social no es de ungidos, el asunto no es de clasificación, “el enemigo público número uno es el tonto solemne. Ya sea de izquierda o de derecha”, sentenció en otra parte Nicanor Parra.

Roberto Angulo
Socio fundador de Inclusión SAS
rangulo@inclusionsas.com

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